
Sí-pensaba-.Ahora llegaré al mercado y encontraré en seguida comprador para esta riquísima leche. Sin duda, han de pagármela a buen precio, que bien lo vale.
"En cuanto consiga el dinero, allí mismo compraré un canasto de huevos. Lo llevaré a mi cabaña y de ese montón de huevos, lograré sacar , ya hacia el verano, cien pollos por lo menos. ¡Ah, que feliz me siento de pensarlo solamente! Me rodearán esos cien pollos piando y piando y no dejaré que se le acerque zorra ni comadreja enemiga.
"Una vez que tenga mis cien pollos, volveré al mercado. Y entonces, entonces...los venderé para comprar un cerdo".

Siguió la lechera su camino, sonriendo ante la idea de ser dueña de tan robusto animal. ¿Que haría? Lo pensó un instante. Y otra vez una sonrisa de felicidad iluminó su linda carita.


La pobre lechera miró desolada cómo la tierra tragaba el blanco líquido. Ya no había leche, ni habría pollos, ni cerdo, ni vaca, ni ternero. Todas sus ilusiones se habían perdido para siempre, junto con el cántaro roto y la leche derramada en el camino.
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