Había una vez una mujer que tenía algunas casas muy bonitas en la ciudad y en el campo, con vajillas de oro y plata, muebles de marquetería y carrozas doradas. Pero para su desgracia tenía los ojos grandes, y eso le hacía ser tan fea y tan desagradable que no había persona que no huyera de ella. Una de sus vecinas, una gran dama, tenía dos hijas muy bellas.

Ella le pidió a una de las chicas ser su amiga, dejando que fuera la dama la que eligiera cuál de las dos podría ser la amiga de una mujer con los ojos tan grandes. Además, les resultaba muy inquietante el hecho de que esa mujer nunca hubiera tenido amigas.
Para que se conocieran mejor la mujer de ojos grandes las llevo junto a su madre, acompañadas de tres o cuatro de los mejores jóvenes del vecindario, a una de sus casas del campo, donde pasaron ocho días. Se dedicaron a dar paseos, a cazar, pescar, a bailar, a celebrar fiestas, comidas…
Apenas dormían y se pasaban la noche haciendo travesuras y bromas. En fin, todo iba tan bien que a la más pequeña de las hermanas le empezó a aparecer que la mujer de la casa no tenía los ojos tan grandes y que era una mujer muy honorable.
Así que, en cuanto volvieron a la ciudad, decidieron ser mejores amigas.
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