Que tiemblen Edgar Allan Poe, Julio Cortázar, Jorge Luis Borges... pues ya están aquí los "relatistas" del futuro.

Desde un rincón de Vallecas, derrochando creatividad mientras buscan su estilo, tengo a bien presentarles estas pequeñas joyas literarias. ¿Quién sabe si será el comienzo de algún gran escritor?

Mientras salimos de dudas estos jóvenes "cuentistas" continuarán sacándole punta al lápiz.

lunes, 27 de enero de 2014

EL ZAPATO SORDO (RELATO BUSCA SU ESCRITOR)

Érase una vez un zapato que vivía en un pueblo llamado Fregenal, de la Sierra. Su dueño se llamaba Manuel y su mujer Manuela. Vivían en una casa apartada del pueblo, en las montañas. El hogar donde habitaba era singular por sus paredes y su fachada distinta a las demás.

Se llama el calzado sordo porque Manuel al llegar a su domicilio, se quitaba los botines y los tiraba contra el armario, porque venía enfadado de trabajar.

Después, Manuel bajaba a las bodegas para supervisar el trabajo de sus jornaleros, acompañado de su hijo Manolo que se interesaba mucho por el negocio familiar.

Era un zueco sin surte en la vida. Un zapato inútil y maloliente por culpa de Manuel que no se echaba desodorante en los pies. Muchas veces se mareaba y perdía el conocimiento por el mal olor que estaba obligado a soportar día tras día. Cuando lo lavaban le alegraban el día y el año.

Pero tras el paso de un par de días se arrepentía de ser un zapato, porque otra vez le tocaba soportar los pies de Manuel.

Cuando le volvió a tocar lavarse, se volvió a alegrar pero, más se alegró cuando se cayó del tendedero y lo recogió un señor muy adinerado. Dicho señor que no le olían nada los pies. Cuando lo llevó a su casa se le cayó y la bota tuvo la mala suerte que de colarse por una alcantarilla. Vio ratas, ratones y todas las cosas asquerosas que os podáis imaginar. Cuando salió de la alcantarilla lo recogió el barrendero del pueblo y lo llevó con Manuel, su dueño. Como pensaba que no encontraría el zapato, tiró a su compañero y se compró otro par idéntico. Cuando llegó el barrendero con el zapato, lo cogió y estuvo a punto de tirarlo al igual que el otro. Pero no, lo lavó, lo dejar secar bien, lo limpió muy bien y lo puso en una estantería con los trofeos que había ganado durante su vida. Ahí fue cuando se sintió importante, aunque no oyera lo que decía Manuel, Manuela y su hijo Manolo.

Cada dos semanas lo lavaban y le quitaban el polvo a diario, la mujer, Manuela, había comprado un trapo especial para él, que lo utilizaba todos los días.

Un día se mudaron a la ciudad y no se sabe muy bien porque el zapato no podía salir del pueblo. Entonces como querían lo mejor para él lo dejaron con el hermano de Manuel y siempre que podían ir a verlo no lo dudaban, incluso preferían ir al pueblo con el zapato que ir a la playa de vacaciones.

El zapato al principio tenía una vida horrible pero cuando se perdió, Manuel se dio cuenta que el zapato era parte de su vida y no podía estar sin él.


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