Se llama el calzado sordo porque Manuel al llegar a su domicilio, se quitaba los botines y los tiraba contra el armario, porque venía enfadado de trabajar.
Después, Manuel bajaba a las bodegas para supervisar el trabajo de sus jornaleros, acompañado de su hijo Manolo que se interesaba mucho por el negocio familiar.
Era un zueco sin surte en la vida. Un zapato inútil y maloliente por culpa de Manuel que no se echaba desodorante en los pies. Muchas veces se mareaba y perdía el conocimiento por el mal olor que estaba obligado a soportar día tras día. Cuando lo lavaban le alegraban el día y el año.
Pero tras el paso de un par de días se arrepentía de ser un zapato, porque otra vez le tocaba soportar los pies de Manuel.

Cada dos semanas lo lavaban y le quitaban el polvo a diario, la mujer, Manuela, había comprado un trapo especial para él, que lo utilizaba todos los días.
Un día se mudaron a la ciudad y no se sabe muy bien porque el zapato no podía salir del pueblo. Entonces como querían lo mejor para él lo dejaron con el hermano de Manuel y siempre que podían ir a verlo no lo dudaban, incluso preferían ir al pueblo con el zapato que ir a la playa de vacaciones.
El zapato al principio tenía una vida horrible pero cuando se perdió, Manuel se dio cuenta que el zapato era parte de su vida y no podía estar sin él.
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